El niño gateaba
entre la mugre y las botellas rotas con increíble destreza para sortear los punzantes obstáculos que se le
presentaban. Su mamá, sentada al borde de la cama, bebiendo del mencionado
envase, tenía sus grandes ojos perdidos, desorbitados, con sus parpados entre
abiertos y cerrados (eso dependerá de la tendencia filosófica del lector),
apenas una musculosa percudida y pestilente cubría sus pechos y un fragmento de
tela elastica que alguna vez supo ser una bombacha cubriendole los genitales.
-Acá te dejo lo tuyo –dijo el hombre al
que Mariel le estaba dando la espalda, mientras dejaba los escasos billetes
junto con la bolsita de cocaína sobre la mesa de luz, al lado de un viejo
despertador y un juguete a cuerda de por lo menos cincuenta años; ella balbuceo
cosas inentendibles debido a su estado y a que tenía el pico del envase de ron
en su boca.
Los postigos de la
habitación de esa vieja pensión se encontraban cerrados, destrozados,
descoloridos, descascarados, semi caidos, por lo que un haz de luz penetraba
por entre las fisuras. Era evidente, hasta el mas ciego de cuerpo y alma se
daría cuenta, hacía tiempo que Mariel había cerrado los postigos de su
existencia y había formado una coraza impenetrable alrededor de su espiritu,
una fortaleza que a pesar de todo estaba llena de huecos por donde espiar los
lugares mas vulnerables de su ser. Las fisuras en el alma dejan ver la
fragilidad del hombre, la triste intemperie en la que estamos tratando de
sobrellevar este respirar sin demasiado sentido.
El hombre gambeteo
sin mayores inconvenientes el basural y salió a la calle con una extraña
sensación de vacio en la mente; subió a su auto importado ultimo modelo y se
perdio entre la maraña de smog y edificios que es esta ciudad sin hacerse demasiados
planteos morales sobre lo ocurrido.
Mientras tanto
Mariel oia el llanto del niño que requeria a su madre con urgente necesidad, al
tiempo que ingresaba otro sorbo de bebida a su maltratado organismo que ya se
hallaba al borde del colapso. Cuando la ultima gota ingreso a su garganta no lo
resistio mas, tomo su cabeza por la frente apoyandola en la palma de su mano,
pero era tarde. Su anatomia se desplomo en el suelo destrozando en mil pedazos
la botella y su conciencia se hizo añicos instantáneamente quedando
desparramada sobre el alcohol derramado y el vomito que salia por su boca. El
pequeño niño regreso al lado de su madre llorando inútilmente como un perro que
le ladra a la luna, hasta que se quedo dormido entre los fluidos que emergian
de Mariel, mas parecidos a espuma fetida que a otra cosa conformando una vision
sumamente apocaliptica, caotica y oscura de la vida.
Paso un dia
completo sin despertar. Cuando por fin volvio a incorporarse llego a la puerta
como pudo y permanecio apoyada contra el marco, con sus brazos cruzados y la
mirada perdida, mientras los niños que vivian en otras habitaciones pasaban
jugando y gritando. Luego de algunos momentos atravesó el pasillo hacia la
calle, que tomaria rumbo al mar (lo unico que le daba paz en los peores
momentos. Toda esa furia arrolladora o esa calma imperturbable es la metáfora
de la simpleza mas deliciosa, la naturaleza en estado puro) necesitaba verlo,
aunque sea una sudestada, nada de pastillas ni psicologos, el majestuoso océano
como la mejor terapia. El viento acariciaba su rostro, jugaba con su pelo de
alguna manera en ese instante sus facciones recobraron ese brillo y belleza que
estaban extinguiéndose lentamente; estaba comenzando a recordar como era
sentirse bien, fluir con el viento, fundirse con la naturaleza, cuando comenzo
a oir pasitos detrás suyo, lo cual revivio la paranoia, sus ojos se volvieron
turbios, presos de la conmocion que reinaba en su cerebro, sentia una extraña
sensación de mareo, los dedos de las manos se entumecieron, un leve hormigueo
le recorria las piernas y de sus ojos maquillados brotaban un sinfín de
lagrimas. Juntando fuerzas para autoconvencerse que eso no era real se detuvo,
trato por todos los medios de poner su mente en frio para mirar atrás y no
encontrar nada. Pero ahí estaba, mirandola fijamente, en cuatro patas, como un
animal, en silencio.
-¡Dejame en paz! Te fuiste, no estas mas,
ya no sos real.
El niño continuaba
alli, impavido, quieto, silencioso, mirando a su madre desde la mente de ella,
pero desde la vereda de ese mal sueño; con ojos frandes, vivos, penetrantes y
morbosos, como los de los santos de las iglesias que siempre asustan parados
allí, juzgándolo todo, con ojos como los del niño. El espanto de esa analogía
se hizo carne en ella.
-No hay nada que temer –pensó- si yo lo creé yo misma puedo destruirlo.
Probó cerrar los
ojos y concentrar toda su energía en eliminarlo, pero nada, todos sus esfuerzos
fueron en vano, al abrirlos nuevamente seguía allí.
-Andate, volve de donde viniste, no sos
real, no sos nada –grito en medio de una crisis nerviosa. El niño comenzó a
gatear en dirección a su madre, que de a poco fue retrocediendo hasta hallarse
contra una pared. El niño seguía avanzando poco a poco hasta alcanzarla, Mariel
experimentaba una brutal sensación de asfixia que le recorria todo su pecho
hasta sus fosas nasales, similar al asma; comenzó en ese instante cruel a
recordar muchas cosas, cuando vivió en un vagon de tren, cuando se inició en
todas las drogas habidas y por haber, cuando su primo abusó de ella y quedó
embarazada, cuando perdió a su hijo en su intento de suicidio, cuando empezó a
prostituirse para poder pagar el poderoso coctel de alcohol y mas drogas y
cuando finalmente comenzó a tener alucinaciones, todo estaba convergiendo en
ese instante indescriptiblemente terrible. Mientras tanto, la criatura alcanzaba a su madre y acariciaba su pie
transmitiendo una electricidad a toda su humanidad, como una descarga de
voltaje del mas allá, destructiva, poderosa y real, eso si que era real, era lo
único que podía discernir de todo eso. Abrió los ojos y un grupo de hombres de
delantal blanco la rodeaban, sus brazos amarrados por correas en sus muñecas y
sus piernas sujetadas en sus tobillos se sacudían en la camilla, todo al tiempo
que los restos de su conciencia se apagaban al compas de la lobotomía y allí,
entre dos personas al lado de la puerta, se hallaba gateando el niño que la
seguía, pero ya no le importaba.
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