jueves, 5 de enero de 2012

EL HEREDERO - Entrega Segunda


El Heredero lo sabía, siempre en algún punto lo sabia, aunque a veces dudaba. Deambulaba por las calles de la Metrópolis ahuyentando visiones, caminando por pisos desprovistos de toda clase de higiene, rodeado de seres en igualdad de condiciones, el lo sabia… solo que quiso dudar, solo por intentar vanamente auto convencerse que esa realidad no era tal. Era una especie de infierno de juego clandestino, prostitución, smog  y vicios para El Pueblo.
-         Deberían haber llamado a este lugar El Emporio de la Corrupción en lugar de Metrópolis – pensó mientras cruzaba la plaza donde la chusma ignorante se dispersaba luego de ver como masacraban al último de los débiles hallados a fin de saciar su apetito morboso.  Se dirigía hacia su casa, ubicada en un barrio marginal llamado El Ghetto.
-         ¿Heredero de que? – Le sugirió una voz tan lejana como difusa, casi como una revelación. Los primeros vestigios de paranoia se hicieron presentes. Miró hacia todos lados y la plaza se hallaba aun como un hormiguero sádico en descomposición, se paralizo por completo y su estructura ósea estaba a punto de colapsar. Levantó sus estropeados ojos y la imagen de la Catedral lo llevó a continuar movilizándose hacia allí. A punto de cruzar una gran avenida, se encontró cara a cara con la gran estatua que celebra la gloria del Emperador; sintió que su sangre hervía al ver el rostro de ese déspota y escupió en el ojo de la misma.
Comenzó a experimentar una mezcla de liberación, mas paranoia y esto último  lo llenaba de angustia, pues sabía que El Exterminador, ese mercenario contratado por El Emperador para eliminar cualquier demostración de desagrado a su régimen, comenzaría a buscarlo para cumplir su tarea.
Acarreado por la inercia, cuando tomó conciencia que ya estaba en las puertas de la Catedral se oyó un suspiro salir de sus labios:  -¿Todavía queda en quien creer?

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